lunes, junio 12, 2017

La bruja de mi madre

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Explicaba el bueno de Larry Cohen que, allá mediados de los 80, vio a Bette Davis entregando algún premio en una gala de los Globos de oro y, pese a su aspecto decrépito y que cada vez era más raro verla en alguna película (acuerdate de Los ojos del bosque) y casi todo lo que hacía se limitaba a telefilms, pensó que todavía podía hacer una actuación memorable. Siempre y cuando le ofreciesen un buen papel, claro está.

Y ese papel era, en teoría, el de la bruja cínica y cabronceta de La bruja de mi madre.
De la película guardaba cierto buen recuerdo. Más por efecto nostálgico, por aquello de verla de niño en algún verano de los primeros 90, que por sus virtudes cinematográficas. Y está claro que la revisión, después de unos 25 años, no ha sido todo lo descacharrante que a uno le hubiera gustado.

La bruja de mi madre casi hubiera sido mejor si le hubieran puesto La bruja de mi suegra. Hasta se me ocurre haberla enfocado con el mismo recurso que Polanski realizó La semilla del diablo, dejando al espectador siempre con la duda si todo era realidad o producto de la imaginación de Mia Farrow (al menos hasta el final). Si Larry Cohen hubiera cambiado el personaje de la madre por una suegra, lo reconozco, simplemente hubiera sido un chiste en el título que no hubiera cambiado nada importante en la trama.


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Básicamente el argumento es el de una bruja que se dedica a engatusar a señores mayores, casarse con ellos, liquidarlos y vaciarles la cuenta bancaria. En este caso Bette Davis se casa con Lionel Stander (uno de esos secundarios que en cuanto lo veas te sonará) al que poco menos que lava el cerebro para que se quede en plan zombie viendo concursos de la tele, hasta que aparece la hija de este, una Collen Camp (la sirvienta sexy de Cluedo, el juego de la sospecha) y su marido calzonazos (David -Sledge Hammer- Rasche). La hija empieza a sospechar que algo está pasando así que empieza a indagar y acaba contratando a un investigador privada que luce los rasgos del siempre patoso Richard Moll. Para acabar de liarlo todo aun más, la bruja adquiere una nueva personalidad mucho más joven y atractiva con cara y cuerpo de una ya muy operada Barbara Carrera, que se dedica a poner palote al marido de la hija.

Al final la cosa acaba siendo un poco lo que decía, el esquema de La semilla del diablo con la salvedad que aquí sabemos desde el minuto uno que la madrastra es una auténtica bruja, gracias al prólogo que nos explica como miniaturizó a la anterior familia a la que limpió la cuenta bancaria.

Y es que la cosa se enreda rápido. Ya a mitad de película, cuando entramos en el pantanoso terreno del hombre zombificado que se presenta a los concursos y sabe las respuestas de las preguntas antes que se las formulen ya comienza a ponerse cuesta arriba.
Pero la cosa tiene su explicación y es lo más divertido y el porqué pierdo el tiempo en dedicarle una reseña a un film tan insustancial.

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Como escribía al inicio, Larry Cohen escribió el film (¡en una semana!) pensando en Bette Davis. Al principio todo eran flors i violes. El director y la actriz compartían largas charlas donde él disfrutaba de las anécdotas del Hollywood dorado y, mientras, ella iba sacando su lado de diva. Que si cámbiame el guión por aquí, que si quiero cobrar un cuarto de millón (cuando el film apenas costó 2,5 millones) por allá... Pero el rodaje se fue enrareciendo. La diva comenzaba a dar síntomas de incomodidad en el set (con algún que otro roce con David Rasche), además de haber tenido alguna caída y un susto con el mecanismo que hacía que los cigarrillos que fumaba en pantalla se encendieran por arte de magia.

Y un buen día Bette Davis no apareció por el set y nunca más volvería. La versión oficial fueron los accidentes del rodaje y que no tenía buena relación con el director. Pero la realidad era bien distinta y se destapó cuando tuvo que hacer una declaración jurada para la compañía de seguros que tuvo que hacer acto de presencia cuando la producción se alargó y, por consiguiente, el presupuesto aumentó. A Davis se le había roto el puente de su dentadura postiza antes de iniciar el rodaje y recitar sus líneas estaba siendo un infierno. Cosa que afectó a su estado de ánimo y más cuando veía los copiones diarios. Así que, por puro ego y/o autoestima, a la semana decidió dejar el rodaje y largarse a ver a su dentista que le informó que arreglar aquello le llevaría semanas.


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Para solucionar el entuerto, Cohen tuvo que tirar del repertorio de experto en la siempre complicada serie B y modificar el guión. En una primera intentona pensó en Lucille Ball (la de Te quiero, Lucy) para reemplazar a Davis, pero ésta también estaba con un pie y medio den la tumba. Finalmente se sacó de la chistera a Barbara Carrera con ese personaje que es una especie de hija de la bruja con la que no puede coincidir y comparten el gato negro como "recipiente". En un principio este personaje era el gato al que la bruja le da aspecto humano.

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Después de los retrasos, el film se estrenaría a primeros de 1989 en los USA. Poco antes del estreno Davis hizo algunas entrevistas criticando la cinta, diciendo que aquello fue poco menos que un infierno, que lo que se estaba rodando no era lo que aparecía en el guión original y que aquello iba a destrozar su carrera. ¡¿Mande?!

Está claro que La bruja de mi madre no es nada del otro jueves. La trama está demasiado alargada y, quizá, le quedase mejor el formato de 40 minutos como episodio de, por ejemplo, Historias de la cripta. Los efectos son muy tristes, las maquetas cantan a leguas y los cromas son terribles. Amén de muchos de los supuestos gags funcionan mejor sobre el papel que en su ejecución. Cosa esta última muy habitual en la filmo de Cohen. Sin duda, lo mejor de la película es todo lo que rodeó su rodaje más que ella misma.

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